Los ingredientes principales necesarios son cebada malteada, lúpulo, levadura y agua. Los pasos a seguir se pueden resumir en cinco: molienda, macerado, cocción, fermentación y embotellado. Para empezar necesitas agua declorada. La manera más sencilla de conseguirla es dejar reposar agua en un recipiente desde la noche anterior. Por ejemplo si vas a hacer cinco kilos de malta, es recomendable que tengas preparados como mínimo 25 litros de agua. Si decides moler tú mismo el grano, puedes utilizar un rodillo de amasar y/o una batidora. Combinando las dos puedes conseguir una proporción sin demasiada harina ni grano entero.
Para el macerado necesitas un recipiente con un grifo en el fondo o en la parte de abajo. Hay cerveceros que utilizan una nevera de camping con un grifo abajo y un filtro de lavadora, otros utilizan un barril de cerveza abierto por arriba con una rejilla en el fondo y un grifo. En general, para empezar cualquier recipiente como una garrafa de agua puede servir. Pasado el tiempo de macerado abrimos el grifo, recogemos el mosto, y lo hacemos recircular a través del bagazo, que es el grano que está en el macerador. Esto debe hacerse lentamente para no remover las harinas, para ello podemos dejar caer el líquido a través de una espumadera. Se recircula unas diez o quince veces hasta que tengamos un mosto limpio, obteniendo un caldo muy concentrado, de alta densidad, que tenemos que diluir, hasta que la densidad sea la deseada, dependiendo de la receta que estemos elaborando. Una vez tengamos el mosto diluido hay que cocerlo. Cuenta que necesitarás una olla de gran capacidad, que dependerá de los litros que quieras hacer. Durante la cocción añades el lúpulo, es importante saber que la cantidad a añadir se calcula sobre el volumen final y no el inicial. Aproximadamente el volumen de mosto después de cocer es un 10% menor que el que tenías antes de empezar a cocer. Esto lo irás viendo según tu olla y el fuego que utilices. El lúpulo que añades al principio le da el amargor a la cerveza y sólo en los últimos minutos se añade el lúpulo que le dará el aroma. Para el enfriado puedes sumergir la olla en otro recipiente más grande con agua fría, como por ejemplo la bañera. Es recomendable tener hielo preparado para acelerar el proceso, que ha de ser lo más rápido posible, ya que es una disolución azucarada lo que supone una gran fuente de alimento para todo tipo de bacterias que crecerían además de nuestras levaduras. Mientras enfrías el mosto o incluso antes, puedes ir activando las levaduras, diluyéndolas en un poco de mosto.
Fermentación
Una vez enfriado el mosto lo trasvasas a otro recipiente, que va a ser el fermentador, intentando no coger los posos del fondo de la olla. Añades las levaduras y lo cierras herméticamente con un borboteador, el cual permite que salga el gas que se forma durante la fermentación, pero que no entre aire del exterior. Durante la fermentación se forma una capa de espuma en la superficie que indica la actividad de las levaduras. Cuando ésta termina hay que trasvasar el mosto a otro recipiente, tratando de dejar en el fondo del fermentador las levaduras. La gasificación más sencilla y natural es en la botella. Consiste en añadir azúcar al mosto antes de embotellar. El gas obtenido depende de la cantidad de azúcar que añadas, que puede variar entre 4-6 gramos por litro según el gas que quieras conseguir. Para ello deben transcurrir al menos de 20 a 30 días, pasados los cuales ya puedes meter tu cerveza en posición vertical en la nevera, preparándote para disfrutar y saborear una cerveza única.
Fuente: diagonal
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